“UN
SENTIDO DEL HUMOR ESPECIAL”
Por
Borja Crespo
“María y yo”, álbum
pergeñado por el inefable Gallardo, una clara demostración impresa de que un
artista puede evolucionar sin dejar de apostar por el compromiso, siendo fiel a
sí mismo, supuso, junto a “Arrugas” de Paco Roca, un importante espaldarazo al
cómic autóctono, mejor tratado en los grandes medios desde su irrupción fulgurante
en nuestro panorama editorial.
Un tipo de historieta, calificada como social
por la prensa escrita no especializada y algunos telediarios, abrió una
importante brecha por la que se coló la famosa y discutida etiqueta “novela
gráfica”. La presencia de las viñetas en medios de comunicación, que hasta
entonces hacían caso omiso a obras con indudable calado cultural, descubrió a
muchos nuevos lectores las virtudes del arte secuencial y sus múltiples
posibilidades. La frase “para adultos” se asoció con fuerza por primera vez en
tiempo a los tebeos y, mal que les pese a algunos, se abrieron las puertas de
nuevas superficies de venta. El cacareado formato –incluso su precio- permite a
día de hoy que el cómic se regale más que nunca, ampliándose su abanico de
público. Cierto es que las ventas no son lo que nos gustaría, más allá de un
puñado de títulos, pero algo es algo en un momento en el cual la saturación
extrema del mercado ahoga cada mes un sinnúmero de novedades que no encuentran
su sitio.
Los méritos de “María y yo” van, por tanto, más allá de
la propia obra, al margen de que los aficionados a la historieta ya nos
conociésemos el cuento de la novela gráfica hace lustros (y no de oídas
precisamente). Ocho años más tarde de la salida al mercado del premiado álbum
del dibujante de Makoki, el mismo que vestía y calzaba el mejor underground en los tiempos de “El
Víbora”, Astiberri repite con el autor catalán, apoyando editorialmente una
segunda entrega que mantiene el nivel de su predecesora.
Firmado también por
María, ya que es la inspiración absoluta del texto y también aparecen dibujos
de su cosecha, “María cumple 20 años” goza de una frescura ejemplar, ofreciendo
al lector la posibilidad de conocer a una persona excepcional, con “un sentido del humor especial”, y
maravilloso, como señala su propio ancestro, un Gallardo más suelto que nunca –al
que se le nota el buen oficio de ilustrador- que se deja llevar por la
expresividad de su trazo, enfatizando su amor por el ejercicio de dibujar, una
actividad que, desgraciadamente, la gran mayoría de los seres humanos abandonan
a temprana edad. Garabatos empapados de emotividad desgranan el peculiar
comportamiento de María, una chica que vive la vida a su manera, rompiendo
nuestras absurdas reglas. Tinta negra y tinta azul se fusionan sobre la hoja en
blanco en una propuesta que puede entenderse a medio camino entre un diario, un
cuaderno de bocetos y un tebeo.
A todo ello, el que quiera y guste, puede
llamarle novela gráfica, término siempre bienvenido si sirve para que, más allá
del mundo del cómic, se preste merecida atención a un producto personal,
sensible, necesario e imprescindible.
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