Yoshihiro Tatsumi (Osaka, 1935) nos cita en Saboru, un local a medio  camino entre una cripta y un bar de estética polinesia que sigue siendo  la guarida por excelencia de las criaturas que pululan por Jimbôcho, el  barrio tokiota donde se asienta buena parte de la industria editorial de  Japón. Aquí conocen bien a sensei (maestro) Tatsumi. Él es el  padre del manga gekiga, aquel que apeló por primera vez a un  público adulto en Japón. Mientras el tebeo occidental empezó a reconocer  la madurez del medio, Tatsumi y los integrantes del taller Gekiga,  entre los que se contaban autores hoy reconocidos como Takao Saito  (Golgo 13), emprendieron en Japón su propia cruzada a finales de los  cincuenta. No apostaron por transgredir la moral burguesa sino que  intentaron emplear los circuitos convencionales para brindarle al lector  recursos narrativos más sofisticados, temáticas y géneros más adultos  -como el suspense o el drama- alejados del cómic de aventuras infantil  tan popular en la época. El seinen, como se llama hoy al manga  dirigido a lectores mayores de 20 años, no sería lo mismo si Tatsumi y  sus colegas no hubieran empezado a rasgar el encorsetamiento al que las  editoriales niponas tenían sometido al tebeo.
                        "La Nueva Isla del Tesoro, de Osamu Tezuka (cuya versión  publicó en España Glénat), su primera obra de éxito publicada en 1947,  fue el tebeo que nos marcó. Vimos que se podía hacer algo diferente",  recuerda Tatsumi con una sonrisa dibujada en su contundente rostro al  que acompañan unas gruesas gafas y su cabello encrespado. "Además  tuvimos la suerte de empezar en las editoriales que vendían a los kashibon  -tiendas de alquiler de tebeos- en Osaka. Allí ni siquiera había  reuniones editoriales como en Tokio. Lo importante era que la portada  fuera llamativa para que se alquilara la obra. Gracias a eso, pudimos  empezar a buscar nuevas fórmulas", rememora. Sin embargo, la revolución  del gekiga no fue un camino de rosas. "Tuvimos muchas barreras,  especialmente cuando nos mudamos a Tokio. Muchos consideraron nuestras  historias violentas y perniciosas para los niños, aunque no nos  dirigíamos al público infantil. Por otro lado, las editoriales  intentaban meternos en cintura y nos decían que el lector adulto no  existía, que los niños dejaban de leer tebeos cuando entraban en  secundaria", apostilla. La historia de esa lucha está recogida en los  dos tomos que componen Una vida errante, obra autobiográfica que  además ofrece una visión de los años del milagro económico japonés.
"He  sudado mucho con Una vida errante, pero no la considero mi obra  cumbre, es algo aparte dentro de mi producción. Nunca quise escribir una  autobiografía. Fue una suerte que Mitsuhiko Asakawa, de la editorial  Mandarake, me propusiera dibujarla en 1994 y publicarla por entregas en  la revista-catálogo de la casa. Lo que no imaginé fue que se publicaría  en España y en Estados Unidos", añade Tatsumi, que acaba de regresar de  Singapur donde un productor independiente ha rodado una película basada  en Una vida errante combinando animación y acción real. El  encargo en el que ahora trabaja también viene de fuera, de la mano del  historietista y editor californiano Adrian Tomine, responsable de que  buena parte de su obra se haya traducido al inglés. "A petición suya  estoy dibujando la continuación de Una vida errante.kashibon, pero sobre todo la explosión del gekiga  y la aparición de la revista Garo". Esta nueva obra también  recoge el estrés que padeció entonces, cuando tenía que entregar tres  publicaciones de 100 páginas a la semana. Una vez, él y los cinco  ayudantes que había contratado para dar abasto con los pedidos dibujaron  50 páginas en una noche porque se les había pasado el plazo. "Es la  historia del boxeador que aparece en Venga, saca las joyas Arranca en  1960, donde se quedó el anterior volumen, y recoge la desaparición de  las tiendas   (Ponent Mon, 2004)".
Antes de eso, Tatsumi se había pasado años  buscando la manera de introducir en sus tebeos patrones narrativos  procedentes de las lecturas que devoraba con fruición -desde El conde  de Montecristo hasta las novelas policiacas de Mickey Spillane- y  ante todo de su pasión por el cine. "Adoraba sobre todo el cine europeo  por encima del de Hollywood y sus finales felices. Una de las películas  que más me marcó fue la francesa Des gens sans importance (1956),  de Henri Verneuil. Salí del cine pensando: quiero hacer algo así en manga;  un cómic donde no hagan falta diálogos para expresar algo". Esos  influjos le llevaron a introducir encuadres propios del séptimo arte, a  diseñar con mimo los escenarios, a componer novedosas puestas en página o  a dibujar viñetas o incluso páginas enteras sin diálogos. Del cine  europeo también pareció heredar su gusto por los finales abruptos que  aparecen en la mayoría de las historias cortas que han compilado en  España La Cúpula y Ponent Mon. "Nunca he querido dirigir al lector, me  gusta que ponga de su parte, que complete el antes y el después de la  historia". Esas historias plagadas de seres atormentados -ya sean  prostitutas, delincuentes u oficinistas- y que exprimen las miserias de  la posguerra o de la vida tokiota pudieron leerse por primera vez en  castellano a principios de los ochenta en la revista El Víbora.  "Después de que el gekiga viviera su explosión, el sexo se hizo  muy presente. Siempre lo he empleado en favor de la narración, nunca  gratuitamente, y además se encuentra en mi propio proceso creativo ya  que me he inspirado mucho en artículos de las secciones de sucesos. Y  creo que mis recuerdos de infancia también influyen. Vivía cerca del  aeropuerto de Itami, en Osaka, que pasó a ser una base estadounidense  tras la guerra. Recuerdo ver a soldados manteniendo relaciones sexuales  con japonesas en los bosques próximos a mi casa. Y también que estos  regalaban globos a los niños que luego resultaban ser preservativos",  recuerda entre risotadas.
"Muchos autores te dirán que escriben  para sus lectores, para contarles algo... Pero yo he llegado a la  conclusión de que escribo para mí mismo. Para extraer cosas de mí, cosas  que pueden resultarme vergonzosas y que no me gustaría contar de otra  manera. Claro que si pretendes vivir de esto tienes que gustar a los  lectores, y es fabuloso saber que tantos me aprecian, sobre todo en el  extranjero", señala este historietista que vive ahora entre el cariño  del público foráneo y la indiferencia que le despierta el manga  actual. "Admiro la sofisticación de los dibujantes japoneses actuales,  pero desde hace diez años no hay ningún manga que me sorprenda.  Lo último que me gustó fue Bola de Dragón, de Akira Toriyama.  Después todo se ha vuelto mediocre. La industria se ha dormido en los  laureles".
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