jueves, 17 de junio de 2010

El padre del 'manga' para adultos



Yoshihiro Tatsumi (Osaka, 1935) nos cita en Saboru, un local a medio camino entre una cripta y un bar de estética polinesia que sigue siendo la guarida por excelencia de las criaturas que pululan por Jimbôcho, el barrio tokiota donde se asienta buena parte de la industria editorial de Japón. Aquí conocen bien a sensei (maestro) Tatsumi. Él es el padre del manga gekiga, aquel que apeló por primera vez a un público adulto en Japón. Mientras el tebeo occidental empezó a reconocer la madurez del medio, Tatsumi y los integrantes del taller Gekiga, entre los que se contaban autores hoy reconocidos como Takao Saito (Golgo 13), emprendieron en Japón su propia cruzada a finales de los cincuenta. No apostaron por transgredir la moral burguesa sino que intentaron emplear los circuitos convencionales para brindarle al lector recursos narrativos más sofisticados, temáticas y géneros más adultos -como el suspense o el drama- alejados del cómic de aventuras infantil tan popular en la época. El seinen, como se llama hoy al manga dirigido a lectores mayores de 20 años, no sería lo mismo si Tatsumi y sus colegas no hubieran empezado a rasgar el encorsetamiento al que las editoriales niponas tenían sometido al tebeo.

"La Nueva Isla del Tesoro, de Osamu Tezuka (cuya versión publicó en España Glénat), su primera obra de éxito publicada en 1947, fue el tebeo que nos marcó. Vimos que se podía hacer algo diferente", recuerda Tatsumi con una sonrisa dibujada en su contundente rostro al que acompañan unas gruesas gafas y su cabello encrespado. "Además tuvimos la suerte de empezar en las editoriales que vendían a los kashibon -tiendas de alquiler de tebeos- en Osaka. Allí ni siquiera había reuniones editoriales como en Tokio. Lo importante era que la portada fuera llamativa para que se alquilara la obra. Gracias a eso, pudimos empezar a buscar nuevas fórmulas", rememora. Sin embargo, la revolución del gekiga no fue un camino de rosas. "Tuvimos muchas barreras, especialmente cuando nos mudamos a Tokio. Muchos consideraron nuestras historias violentas y perniciosas para los niños, aunque no nos dirigíamos al público infantil. Por otro lado, las editoriales intentaban meternos en cintura y nos decían que el lector adulto no existía, que los niños dejaban de leer tebeos cuando entraban en secundaria", apostilla. La historia de esa lucha está recogida en los dos tomos que componen Una vida errante, obra autobiográfica que además ofrece una visión de los años del milagro económico japonés.
"He sudado mucho con Una vida errante, pero no la considero mi obra cumbre, es algo aparte dentro de mi producción. Nunca quise escribir una autobiografía. Fue una suerte que Mitsuhiko Asakawa, de la editorial Mandarake, me propusiera dibujarla en 1994 y publicarla por entregas en la revista-catálogo de la casa. Lo que no imaginé fue que se publicaría en España y en Estados Unidos", añade Tatsumi, que acaba de regresar de Singapur donde un productor independiente ha rodado una película basada en Una vida errante combinando animación y acción real. El encargo en el que ahora trabaja también viene de fuera, de la mano del historietista y editor californiano Adrian Tomine, responsable de que buena parte de su obra se haya traducido al inglés. "A petición suya estoy dibujando la continuación de Una vida errante.kashibon, pero sobre todo la explosión del gekiga y la aparición de la revista Garo". Esta nueva obra también recoge el estrés que padeció entonces, cuando tenía que entregar tres publicaciones de 100 páginas a la semana. Una vez, él y los cinco ayudantes que había contratado para dar abasto con los pedidos dibujaron 50 páginas en una noche porque se les había pasado el plazo. "Es la historia del boxeador que aparece en Venga, saca las joyas Arranca en 1960, donde se quedó el anterior volumen, y recoge la desaparición de las tiendas (Ponent Mon, 2004)".

Antes de eso, Tatsumi se había pasado años buscando la manera de introducir en sus tebeos patrones narrativos procedentes de las lecturas que devoraba con fruición -desde El conde de Montecristo hasta las novelas policiacas de Mickey Spillane- y ante todo de su pasión por el cine. "Adoraba sobre todo el cine europeo por encima del de Hollywood y sus finales felices. Una de las películas que más me marcó fue la francesa Des gens sans importance (1956), de Henri Verneuil. Salí del cine pensando: quiero hacer algo así en manga; un cómic donde no hagan falta diálogos para expresar algo". Esos influjos le llevaron a introducir encuadres propios del séptimo arte, a diseñar con mimo los escenarios, a componer novedosas puestas en página o a dibujar viñetas o incluso páginas enteras sin diálogos. Del cine europeo también pareció heredar su gusto por los finales abruptos que aparecen en la mayoría de las historias cortas que han compilado en España La Cúpula y Ponent Mon. "Nunca he querido dirigir al lector, me gusta que ponga de su parte, que complete el antes y el después de la historia". Esas historias plagadas de seres atormentados -ya sean prostitutas, delincuentes u oficinistas- y que exprimen las miserias de la posguerra o de la vida tokiota pudieron leerse por primera vez en castellano a principios de los ochenta en la revista El Víbora. "Después de que el gekiga viviera su explosión, el sexo se hizo muy presente. Siempre lo he empleado en favor de la narración, nunca gratuitamente, y además se encuentra en mi propio proceso creativo ya que me he inspirado mucho en artículos de las secciones de sucesos. Y creo que mis recuerdos de infancia también influyen. Vivía cerca del aeropuerto de Itami, en Osaka, que pasó a ser una base estadounidense tras la guerra. Recuerdo ver a soldados manteniendo relaciones sexuales con japonesas en los bosques próximos a mi casa. Y también que estos regalaban globos a los niños que luego resultaban ser preservativos", recuerda entre risotadas.
"Muchos autores te dirán que escriben para sus lectores, para contarles algo... Pero yo he llegado a la conclusión de que escribo para mí mismo. Para extraer cosas de mí, cosas que pueden resultarme vergonzosas y que no me gustaría contar de otra manera. Claro que si pretendes vivir de esto tienes que gustar a los lectores, y es fabuloso saber que tantos me aprecian, sobre todo en el extranjero", señala este historietista que vive ahora entre el cariño del público foráneo y la indiferencia que le despierta el manga actual. "Admiro la sofisticación de los dibujantes japoneses actuales, pero desde hace diez años no hay ningún manga que me sorprenda. Lo último que me gustó fue Bola de Dragón, de Akira Toriyama. Después todo se ha vuelto mediocre. La industria se ha dormido en los laureles".

Fuente: El País

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